Este blog continúa en: Lights and shadows keep on changing

martes, 21 de septiembre de 2010

Madrid

Salgo del edificio cuando todos entran. Los penetrantes rayos del sol naciente atraviesan mis pupilas, cegándome por un momento. Con una sonrisa atravieso la calle que se empieza a llenar de gente. El sol comienza a aparecer, haciendo presencia entre los altos edificios. Me encojo aún más dentro de mi chaqueta ante el aire helado de la mañana. Los últimos coches pasan ya con la luz en rojo. Los tacones golpean las aceras y la gente se esquiva para no chocarse. La ciudad comienza a apagar sus luces después de una noche tan viva como el día.
Sorteando las manos que intentan hacerte coger periódicos y publicidad en la boca del metro, bajo las escaleras mecánicas adelantando a los que esperan que las escaleras sean las que les bajen a ellos. El calor agobiante del metro me golpea y me quito la chaqueta rápidamente mientras sigo bajando hacia las profundidades de la ciudad. El sonido del tren que llega me hace correr y entro en él justo cuando las puertas se están cerrando. Busco un asiento libre junto a la ventanilla. Apoyo la cabeza sobre ella y, adormilada, miro como dejo atrás la oscuridad de los túneles. Enciendo el reproductor de música y pongo mi propia melodía a cada estación. El largo trayecto acaba sin apenas enterarme de que lo he recorrido. Me bajo tras el silbato y subo andando tantas escaleras como antes. Jadeando, vuelvo a salir a la calle y a resguardarme en la chaqueta. El paisaje ha cambiado. Los árboles crecen entre las farolas. Las calles ahora son estrechas y los coches avanzan solitarios. Los niños toman de la mano a sus padres y las señoras tiran de sus perros para que entren de nuevo en los pisos. Los pasos me dirigen hacia el parque sin concentrarme en ellos. La hierba crece alrededor del lago de un color verdoso. Me lleno de arena y barro y zapateo al salir de nuevo a la acera para sacudirme. Subo la última cuesta y miro hacia atrás antes de abrir la puerta. Suspiro. Con los dedos agarrotados del frío meto la llave en la cerradura. Sí, sin duda voy a echar de menos muchísimo la ciudad.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Tan sólo un poco de lo que te debo

Se pierde la ilusión, cayendo junto al final del día. La ilusión por ver un mundo diferente al despertar, donde la crueldad y la injusticia yazgan, para siempre, olvidadas.
Pero la luna ilumina con su magia la noche, ataviada con estrellas. Vestida tan solo con una suave falda de nubes blancas me sonríe a través de tus ojos. Su dulce voz, sostenida por el hálito fresco del crepúsculo, fluye a través de tus labios. Mi soledad es amparada por tus brazos, seguros en su labor, disolviéndola, disolviéndome contigo. Y los restos de amargo sufrimiento son lapidados con tus besos.
Sin todo esto no sabría enfrentarme al frío mundo que se esconde ahí fuera, aquel que no puedo cambiar y que mata mi ilusión con cada atardecer. Porque si la pasión, si la locura no pasaran alguna vez por las almas… ¿Qué valdría la vida?


Incluso tras todo este tiempo
El Sol nunca dice a la Tierra «estás en deuda conmigo».
¡Observa lo que ocurre con un Amor como ese!
Ilumina todo el Cielo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Silencio

No sabes cuanto tiempo llevas sentada en la misma postura, mirando sin ver, con los ojos dirigidos al suelo. Tu mente no funciona, está completamente en blanco. No parpadeas, o no te das cuenta de ello. En algún momento notas que te duelen los ojos. Los cierras con fuerza pero no consigues calmarlos. Te dejas caer sobre la cama y los vuelves a abrir. Tu mirada se pierde en alguna parte del techo.
-¿Qué necesitas?
Esa pregunta se clava en tu mente, se repite, una y otra y otra vez. Intentas buscarle respuesta. Acosas a tu mente para que la encuentre, pero ella sigue completamente apática, vacía, en silencio. La sigues atacando hasta que la cabeza te da vueltas. Una bruma espesa y oscura, la misma que te ha perseguido a lo largo del día, entra en tí. Sientes cómo su frío se extiende, alimentado por tu tristeza. Caes en un estado de inconsciencia sin siquiera darte cuenta.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Cobardía

Aprieto con fuerza mis ojos cansados. Miro la hora y siento que el tiempo se escapa entre mis manos. Ni siquiera sentí las horas que pasé escondiéndome de tí. Salgo afuera y me siento con el duro suelo apretando mi espalda. Parpadeo sin sueño al son de las estrellas, para no perderlas de vista.
Y así escapó el resto del día hasta que, helada de frío, me rindo sin haber encontrado nada mas que silencio en mí.
El viento me acompaña mientras regreso sin saber la dirección de mis pasos, abrazando mis hombros desnudos en busca de un lugar más cálido. Un lugar que no encuentro porque no es calor lo que busco.