
La belleza de la escritura no tiene que ver con la banalidad de lo "bonito", de lo agradable y biensonante. Sino con la justeza, la exactitud con la que podemos nombrar el mundo. En ese sentido, cada vez que un escritos se coloca ante un trozo de papel o una pantalla de ordenador, se convierte en Adán y Eva poniendo por primera vez nombres a las cosas. Nombrar el mundo. Saber que cada objeto, cada sentimiento, cada razonamiento, cada sensación requiere sus propias palabras, que deben ser ésas y no otras. Las más justas, por lo tanto las más bellas. Ser consciente de que las palabras son sagradas, porque son probablemente el mayor privilegio que se nos ha concedido a los humanos sobre el mundo, el único instrumento que nos sirve para comunicar el conocimiento, la reflexión, el pensamiento, la experiencia, la memoria, para recrear nuestra felicidad y exorcizar nuestro dolor. Aunque también sea un arma arrojadiza que podemos utilizar contra los otros y, en el fondo, contra nosotros mismos. Olvidarnos, mientras estamos delante de nuestro trozo de papel o de nuestro ordenador, del alboroto incesante en el que vivimos, ese ruido agotador de palabras ajadas, degradadas por el mal uso, por la vacuidad del discurso de los políticos, de los tertulianos, analistas, vendedores, escribidores, contadores y opinadores de toda índole, por la zafiedad de nuestra propia palabrería en nuestra vida cotidiana.
[...] ¿Cómo arreglarnos hoy en día cuando la nada parece mantenerse más allá de un suspiro? Hemos visto corromperse las ideas, venderse los principios éticos, humillarse las revoluciones, ensangrentarse las tierras sin ningún heroísmo que pueda rescatar a nadie ni nada del dolor... Hemos visto cómo se abrían los cielos y caían de ellos no sólo las hordas de los ángeles condenados, sino también los tropeles de los gloriosos y hasta los propios dioses. Sin certidumbres, sin creencias intocables, desmoronándose a nuestro alrededor todo aquello que nos sostuvo durante siglos como individuos y como sociedades, ¿es posible crear mundos que se sustenten sobre el fragilísimo cimiento de las palabras, sobre la tela sutil y vaga del pensamiento? Mi respuesta es que, a pesar de todo, sigue siendo posible. Con mayores dificultades que antes, pero aún posible. Mientras estemos necesitados de historias que nos certifiquen nuestra condición de individuos inmersos en una comunidad, la de los seres humanos, mientras nos haga falta ampliar nuestra visión del mundo, completarnos a nosotros mismos, mientras busquemos el orden oculto de la vida, habrá ficción, habrá novelas. Y, quizá. precisamente por nuestro desconcierto, sintamos ahora más que nunca la urgencia de ellas.
[...] Y a ustedes, precisamente a ustedes, los lectores -y también a nosotros, los escritores, que al fin y al cabo sólo somos lectores más atrevidos o más envidiosos- permítanme que les dedique para terminar mis reflexiones estas gozosas palabras de Virginia Woolf: "A veces he soñado, al menos soñado, que al alba del último juicio, cuando los grandes conquistadores, los grandes legisladores, los grandes hombres de Estado lleguen a recibir su recompensa -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados para siempre en el mármol imperecedero-, el Todopoderoso, cuando nos vea llegar a nosotros con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia Pedro y dirá, no sin cierta envidia: "Mira, estos no necesitan recompensa. Aquí no tenemos nada que darles. Han amado la lectura".
[...] ¿Cómo arreglarnos hoy en día cuando la nada parece mantenerse más allá de un suspiro? Hemos visto corromperse las ideas, venderse los principios éticos, humillarse las revoluciones, ensangrentarse las tierras sin ningún heroísmo que pueda rescatar a nadie ni nada del dolor... Hemos visto cómo se abrían los cielos y caían de ellos no sólo las hordas de los ángeles condenados, sino también los tropeles de los gloriosos y hasta los propios dioses. Sin certidumbres, sin creencias intocables, desmoronándose a nuestro alrededor todo aquello que nos sostuvo durante siglos como individuos y como sociedades, ¿es posible crear mundos que se sustenten sobre el fragilísimo cimiento de las palabras, sobre la tela sutil y vaga del pensamiento? Mi respuesta es que, a pesar de todo, sigue siendo posible. Con mayores dificultades que antes, pero aún posible. Mientras estemos necesitados de historias que nos certifiquen nuestra condición de individuos inmersos en una comunidad, la de los seres humanos, mientras nos haga falta ampliar nuestra visión del mundo, completarnos a nosotros mismos, mientras busquemos el orden oculto de la vida, habrá ficción, habrá novelas. Y, quizá. precisamente por nuestro desconcierto, sintamos ahora más que nunca la urgencia de ellas.
[...] Y a ustedes, precisamente a ustedes, los lectores -y también a nosotros, los escritores, que al fin y al cabo sólo somos lectores más atrevidos o más envidiosos- permítanme que les dedique para terminar mis reflexiones estas gozosas palabras de Virginia Woolf: "A veces he soñado, al menos soñado, que al alba del último juicio, cuando los grandes conquistadores, los grandes legisladores, los grandes hombres de Estado lleguen a recibir su recompensa -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados para siempre en el mármol imperecedero-, el Todopoderoso, cuando nos vea llegar a nosotros con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia Pedro y dirá, no sin cierta envidia: "Mira, estos no necesitan recompensa. Aquí no tenemos nada que darles. Han amado la lectura".

La escritura, en mi caso, es una anestesia para mi alma, pudiendo curar parte del dolor que la atraviesa, canalizándolo a través de la tinta de mi bolígrafo hasta la hoja de un papel, donde quedará, prisionero, destinado a ser olvidado. Es el único método por el cual me atrevo a decir las palabras que nunca salen de mis labios, donde la verdad es suprimida por un simple "nada" cuando alguien te pregunta qué te pasa. Es el peso del silencio provocado, de los sentimientos que quieren ser olvidados, de las verdades innegables... todo ello condenado a vivir en la oscuridad de un viejo cajón lleno de polvo... Son las mariposas ahogadas en un tintero.
que cargadito de razón que está todo lo que escribes :) y lo que escribe Ángeles Caso, de la que me atreveré a leer algo más ahora que empiezo a tener tiempo...
ResponderEliminarSigue escribiendo y coleccionando insectos en los tinteros! :P